III. EL SENTIDO DE LA VIDA
Llevar a cabo la evolución de la animalidad a la humanidad puede ser el sentido inmanente de la vida (el sentido trascendente de la misma −el porqué y paraqué de la totalidad− aún se nos escapa), a saber: salir del cauce de reacciones adaptativas automáticas hacia una existencia de decisiones libres y consensuadas de las que cada individuo y cada colectivo responden, para así construir la humanidad y hacer de este mundo un lugar vivible, cosa que aún no es. Eso desplaza el entender la vida social como guerra de todos contra todos por la supervivencia, a enfocarla como motor del crecimiento en humanidad; con ello se insufla, además, dimensión y oxígeno al mero estar mejor como objetivo de la evolución.
Esa perspectiva implica a la Pareja en el periplo vital de lo humano y le da un porqué y un paraqué. Estar en una línea de sentido la saca de la endogamia sin horizontes en que la cotidianeidad, las discusiones, el acostumbramiento, la conformidad o la pasión sólo remiten a sí mismos en un leve pero continuado desgaste sin perspectivas. La vida adquiere un sentido que va más allá de llevarnos bien, tener descendencia o decorar una casa. Eso transmuta la despiadada lucha de personalidades −que sí o sí se va a plantear− de ser un horror inevitable que hay que aprender a torear, en ser una oportunidad de evolución.
Así, cada vez que los dos Yo primero de una pareja se enfrentan, toda la especie se tensa expectante: si el choque se resuelve en suma (integración del otro en mí) la experiencia se acumula en un acervo sutil que aligera la inercia del Yo primero en toda la especie y le da alas para avanzar en el proceso de humanización. Si el choque se resuelve en resta (la confrontación no da paso a la Posición 2 sino a un atrincheramiento en las Posiciones 1) o en un conformista o descuidado quedar igual (no conflicto, miro a otra parte, huyo y no me juego nada), entonces tú, yo y todos hemos perdido una oportunidad. La experiencia se acumula en un acervo distinto, aumentando la inercia del Yo primero y ralentizando el proceso de humanización de la especie al depositar una piedra más en el platillo universal de la animalidad, de lo inhumano.