El vídeo que sigue corresponde a la charla dada en Yoga-Shala, Donostia, el 24-09-2023, titulada “Las cuatro estrellas”, como presentación del curso “Historia y filosofía de los hombres y las mujeres, del sexo y la carne, del amor y el espíritu, y del sentido de la vida”.

Tras el vídeo se encuentra el texto de la charla, con informaciones más completas y algunas correcciones al directo. Si lo que se dice en el vídeo te resulta interesante y te quedas con ganas de saber más, te recomendamos que leas el texto para perfilar y ampliar el campo de conocimientos referido.

LAS CUATRO ESTRELLAS

  1. Planteamientos

Presentación

Esta charla tiene tres objetivos:

  • despertar las consciencias y la inquietud por preguntaros por vosotros mismos y por el sentido de vuestra vida;

  • motivaros a entrar en vuestro interior para veros y conocer vuestras luces y sombras y poder, así, darle un sentido a la vida;

  • explicaros nuestro trabajo, las circunstancias que lo han motivado, las respuestas que vamos encontrando y las conclusiones a que hemos llegado.

En el escaso tiempo que durará esta charla sólo presentaremos unas pequeñas pinceladas de lo que abordamos por extenso en un curso de ocho fines de semana que va a por su tercera edición.

Comenzamos a hacernos las preguntas que han dado lugar al curso, a raíz (1) de las perplejidades y dificultades que arrastrábamos de anteriores relaciones y que comprometían también la  nuestra y (2) de todas las situaciones complejas, rocambolescas a veces, que nos planteaban alumnos y pacientes en nuestra práctica educativa y terapéutica,.

Esas fueron las motivaciones que nos movieron a estudiar e investigar el terreno de la pareja, ámbito que se ha ido ampliando a todas las relaciones en general y a la vida misma y su sentido.

A vosotros y vosotras, ¿qué os ha motivado a venir hoy aquí? ¿Acaso tenéis dificultades en las relaciones con los demás o con vuestras parejas? ¿Estáis satisfechos de cómo enfrentáis los conflictos relacionales con las herramientas que tenéis? ¿Tenéis herramientas para ello, las usáis, os funcionan? ¿Os sentís perdidos en esto de llevar adelante una relación de pareja que sea satisfactoria? Antes de juzgar y criticar a vuestra pareja ¿sois capaces de mirar para adentro y ver vuestra responsabilidad en los conflictos, vuestro 50%? ¿Qué tal andáis en empatía de VER al otro, de poneros en sus zapatos? Mujeres, ¿sabéis qué y cómo son los hombres? Hombres, ¿sabéis qué y cómo son las mujeres? ¿O andamos todos viendo visiones que no hay en la realidad, y de ahí viene el chasco que nos llevamos cuando, pasado el enamoramiento, nos encontramos con que nuestra pareja es alguien que no conocíamos?

Pinceladas para la reflexión

Vivimos rodeados de quejas, agresividad, desconfianza, insatisfacción, juicio, confrontaciones… Lo vemos a diario en nuestra práctica en sesiones individuales, de pareja o grupales, con lo que nuestro trabajo ha pasado del reto de aprender a llevarnos bien en pareja y salvar nuestra convivencia familiar al reto que presenta una vida y una humanidad en que todas las relaciones están mal y en guerra. Tanto que el planeta nunca ha estado tan al borde del colapso como ahora y todo lo conseguido por las civilizaciones de la historia empieza a tambalearse.

Si somos seres gregarios y no podemos vivir solos, si nos necesitamos tanto, ¿por qué nos lo hacemos pasar tan mal unos a otros? Parece que no pudiésemos evolucionar sin mucho dolor, sufrimiento ni complicaciones. ¿Es posible salirnos de ese destino y aprender a llevar la vida de otra manera más plena?

¿Sabemos cuáles son nuestras expectativas vitales? Es habitual oír que el objetivo de la vida es la felicidad. Si así es, ¿qué pintan los demás en nuestras vidas? ¿Son aquellos en quienes deposito la responsabilidad de llenar mis necesidades y hacerme feliz?, ¿son una molestia que se entromete en el camino de mi soñada felicidad y por eso me enfado tanto con ellos?

¿Qué hemos aprendido de nuestros antepasados en cuanto a la convivencia? Siempre ha habido filósofos, pensadores, moralistas, religiosos y científicos que se han hecho algunas de las preguntas de más arriba, pero esos planteamientos no han solido llegar al pueblo llano, para el que, en muchas épocas y sectores sociales, sobrevivir era una tarea demasiado trabajosa como para plantearse nada más. Ahora, sin embargo, en el primer mundo disponemos del tiempo y las condiciones materiales para afrontarlas, y de las herramientas para encontrar respuestas. Tenemos la responsabilidad de pasar a la acción por bien nuestro y de la humanidad.

Ha llegado el momento de la gente común, de la que no destaca por nada. Es la hora de empezar a aportar nuestra sabiduría y saber hacer y de que dejemos de exigir de manera infantil soluciones a la pareja, al jefe, al Estado, etc., para que la humanidad empiece a enfocarse por sendas en que la construcción de mi yo personal sea prioritaria y las relaciones se muevan en registros más maduros, más compasivos, menos agresivos y más responsables.

Todo va mal, sí, pero… ¿yo qué hago?

Cada uno somos sólo un pequeño y casi invisible puntito en la enorme red de los seres humanos. Es cierto, pero si ese nudo se desarma, si yo no hago nada, ahí se abre un roto, un agujero. Somos sólo un escalón de la altísima escala de la humanidad; ha habido muchísimos antes y tal vez haya aún muchos después de nosotros: ¿les vamos a dejar algún legado?, ¿quienes vengan tras nosotros nacerán desde más arriba o, al faltar mi escalón se encontrarán en el vacío?

En la búsqueda de explicaciones y soluciones a tantas separaciones, insatisfacciones y malos rollos de pareja hemos visto que, además de un abordaje de los sujetos concretos implicados, hay que sacar la cabeza por encima de las individualidades y considerar determinadas estructuras generales en las que, como en una caverna, nos han metido nuestras civilizaciones. Son las estructuras llamadas hombre, mujer, sexo, amor, carne, espíritu y familia. Son muy conocidas, son las de andar por casa y llevan milenios con nosotros. Si han durado tanto es porque han sido necesarias o, al menos, imprescindibles. Pero hoy nos damos cuenta de que nos va mal dentro de esa caverna y es preciso replantearnos su sentido y necesidad.

¿Dónde o cómo nos lo replanteamos? Al poco de nacer, la sociedad nos enseña a comer, leer, escribir, informática, historia, carpintería, abogacía, cómo arreglar un coche o escalar una montaña, cocinar, coser, electricidad o pilotar coches y aviones, nos mandan a la escuela, a la universidad, a másteres, etc. Y todo está muy bien, pero en ningún sitio nos enseñan el alfabeto y la gramática de las emociones y las relaciones.

 Hasta ahora han sido las religiones y los sistemas morales quienes se han ocupado de eso y han dirigido nuestra vida dictaminando sobre lo que está bien o mal pensar, sentir y sobre cómo actuar, y dictando las reglas que debíamos seguir. Pero esas normas, sean de la calidad que sean, no han funcionado, y empezamos a sentirlas como obsoletas y a buscar otras respuestas, valores y direcciones que esta vez sí funcionen.

 ¿Por qué, al igual que nos empeñamos en que nuestros niños aprendan idiomas, música, deporte, etc., nadie −y cuando digo ‘nadie’,  es nadie, ni los padres, ni las escuelas, ni el Estado−, se ocupa de lo que más nos hace sufrir, que es el rechazo, el que no nos quieran, que nos abandonen, que no nos acepten. Nadie nos enseña a manejar nuestro miedo, rabia, tristeza, culpa, sentimiento de inferioridad Y desde niños tenemos que improvisar, en una ceguera casi absoluta, posicionamientos con los que a veces acertamos de chiripa, pero que la mayoría de las veces no nos sirven para aprender, para evolucionar ni para relacionarnos.

 Os proponemos que penséis si no necesitamos todos una Escuela de vida para aprender a trabajar emociones, actitudes, creencias, sentimientos no asumidos, etc. y para aprender a vivir y a convivir. Somos seres corpóreos, sí, y tenemos que aprender a cuidar el  físico durmiendo bien, haciendo deporte, alimentándonos de forma saludable, etc., pero ¿de qué herramientas disponemos y qué estrategias conocemos para cuidar lo que no es físico? Tenemos que aprender a conocer, mejorar y trabajar nuestro potente aparato psíquico.

 Nosotros hemos creado un mapa de carreteras mental y emocional, con información y explicaciones para lo que nos ocurre, mapa que nadie nos había mostrado. Con la ayuda de quienes habéis depositado la confianza en nosotros, hemos buscado explicaciones, herramientas, estrategias y acciones concretas y efectivas para salir de ese caos humano y relacional, sobre todo en el ámbito de la pareja.

¿Por qué en ese espacio? Porque es un escenario magnífico para trabajar las sombras y heridas propias, el Ego. Gracias a que en la pareja el otro entra hasta la mayor intimidad que le dejamos y nos echa sal en heridas que ni sabíamos que teníamos abiertas, podemos ser conscientes de ellas y trabajarlas.

En nuestro trabajo transmitimos conocimientos, vivencias y experiencias para formar una pareja nueva con mejores cimientos, para mejorar y sanar la que tenemos o para aprender de los errores, de los cadáveres que vamos dejando en la cuneta.

Estamos viviendo un momento nuevo para la pareja. Debemos reflexionar y dejar atrás los matrimonios por feudos o baserris, los matrimonios concertados, los contratos de convivencia en que cada miembro asume un papel o rol, las parejas “empresa familiar”, el juntarnos por inseguridad y miedo a la soledad… Nada de eso nos sirve ya; queremos una pareja que sea mi compañera de vida, mi amiga, mi amante, que me ayude a evolucionar, no sólo a tener hijos y mantener la empresa familiar. Llamamos –y se llama− pareja evolutiva a ese tipo de pareja. Pero no tenemos ni idea de cómo conseguirla porque nunca en la historia hemos estado tan evolucionados como para plantearnos este reto y tan necesitados de hacerlo. Siempre se ha pasado mal, pero se ha asumido que las cosas son así; hoy ya no podemos sufrirlo.

Preguntas para reflexionar sobre la pareja evolutiva

¿Qué es ser Hombre o Mujer? ¿Hay una esencia clara más allá de la de macho y hembra o no la hay, como dicen algunos representantes de los colectivos LGTBI? Si es un invento ¿quién y para qué ha concebido esas dos esencias artificiales?

 Si os mandásemos definir ahora por escrito Sexo y Amor, ¿sabrías hacerlo diferenciándolos con claridad? ¿Mientan realidades distintas… son dos nombres para lo mismo… son sólo nombres?

El título de nuestro curso, que ahora os explicaremos, es: “Historia y filosofía de los hombres y las mujeres, del sexo y de la carne, del amor y del espíritu, y del sentido de la vida”. Leyendo ese título, y así, a botepronto, ¿no da la impresión de que ‘sexo’ hace grupo con ‘hombre y carne’, y que ‘amor’ lo forma con ‘mujer y espíritu’? ¿Cuál es la razón de esas identificaciones aparentemente espontáneas? ¿Hay posibilidad de entendimiento en las relaciones eróticas y de pareja viviendo en esas identificaciones? ¿No sería mejor y menos complicado ser homosexual?: al compartir la misma dirección y educación las relaciones deberían ser más sencillas, ¿no?

 ¿Este desaguisado en las relaciones ocurre por casualidad o somos parte de una secuencia causal bien organizada, que da sentido a todo y que lo pone en perspectiva? ¿Hay algo que es superior al bienestar y la felicidad individuales?

 ¿Para qué nos atraemos los seres humanos? ¿Es sólo para la supervivencia de la especie o puede tener algo que ver con nuestra evolución?

 ¿Qué es el enamoramiento, por qué se acaba? ¿Nos enamoramos para ser felices o simplemente es la época de celo del ser humano y luego ya no tenemos ni idea de cómo construir pareja,  con una buena intimidad, sin la ayuda de las hormonas?

¿Qué entendemos por intimidad en pareja?

2. El tema de estudio

Este es el tipo de preguntas que nuestra propia vida y nuestro particular y desastroso caminar por las relaciones nos movieron a buscar e indagar en el tema de las relaciones de pareja. No es de recibo, no es comprensible que los seres humanos, los reyes de la creación, la punta de lanza de la evolución, estemos divididos en hombres y mujeres que no se entienden entre sí. No se puede comprender que, como norma, nadie consiga cumplir las expectativas e ilusiones que respecto de la vida sexual y amorosa se nos generan en la adolescencia, y todos andemos más o menos quejosos de nuestras relaciones, intentando acostumbrarnos y adaptarnos a “lo que hay”, al “así es la vida”: hombres y mujeres que se soportan a base de llevar vidas separadas que sólo se juntan en la cama para amar mal y follar peor, y según va pasando el tiempo, cada vez menos.

Por eso, reflexionando sobre nosotros mismos y utilizando los conocimientos y medios a nuestro alcance, hemos creado este curso, cuyo título es: “Historia y filosofía de los hombres y las mujeres, del sexo y la carne, del amor y el espíritu, y del sentido de la vida”.

  • Historia, porque busca en nuestro pasado las razones de que ahora estemos así;

  • Filosofía, porque busca los porqués y paraqués, el sentido de esa historia, del presente que ha generado y del futuro que podemos producir;

  • De los hombres y las mujeres, del sexo y la carne, del amor y el espíritu, porque hemos deducido que la principal clave de interpretación de lo que nos ocurre está en la división de la humanidad en hombres y mujeres –por este orden− que sólo saben relacionarse mediante un sexo carnal que los unos no comprenden y en el que no se encuentran y un amor espiritual que no comprenden los otros, y en el que tampoco se encuentran;

  • Y del sentido de la vida, porque busca un sentido para nuestros afanes, miedos, inquietudes, desgracias, alegrías, etc. en el conjunto de la historia del universo y de este plantea, en el decurso de la vida, de los seres vivos y, en concreto, de los seres humanos. ¿Somos algo más que nuestra pequeña persona? ¿Estamos haciendo algo en la historia del universo y en la evolución de la vida, algo más que resolver mis pequeños/grandes problemas personales para llevar una vida sólo agradable que acabará en una muerte definitiva y una desaparición total? ¿Formamos parte de una marcha en la que yo soy sólo el diezmilmillonésimo paso, pero un paso necesario que, si no lo doy yo/nosotros, se queda sin dar y la marcha se detiene o, al menos, se ralentiza? ¿Somos un nudo invisible y perdido en la inmensa red de la humanidad, pero un nudo que, si no está, hay un roto, un agujero, falta algo imprescindible?

Este es el curso que presentamos en esta charla. En él la práctica terapéutica tiene tanta presencia –o más− que la teoría, pues el conocimiento, por sí sólo, no mueve los molinos que hay que poner en marcha. Una teoría razonada de base es imprescindible para que la práctica terapéutica no dé palos de ciego al azar o seducida por fes antiguas o modernas, para que siempre esté claro qué razonamientos la avalan, cuáles han de ser los objetivos a perseguir y para diseñar las dinámicas que pongan en funcionamiento esos objetivos. Pero quedarse sólo con la teoría es como preparar la comida y presentarla en la mesa: lo que hace falta es comerla, lo que nos va a alimentar es sentarnos a la mesa y comer; cocinar es sólo la mitad de la labor. Por eso nuestro curso está vencido hacia la conscienciación de nuestra realidad y hacia una práctica terapéutica grupal que nos facilite el mover fichas para salir de ella. De hecho, para referirnos a él nos convence más la expresión ‘sesiones terapéuticas’ que la palabra ‘curso’. Concebimos cada uno de los ocho fines de semana de que consta como una sesión terapéutica grupal que incite y comience una evolución desde las posiciones en las que la teoría nos ha mostrado que estamos encerrados, hacia otras más humanas.

3. Las cuatro estrellas

Tres estrellas-guía y una constelación

En la historia del universo −abarque lo que abarque y sea como sea− y en la de nuestro planeta ha habido muchos momentos decisivos en los que se ha tomado un rumbo u otro. Vamos a destacar tres que nos interesan hoy: el primero ocurrió en la lejana época en que surgió la vida en la Tierra, hace unos 4.000 Ma (millones de años), y afectó a su funcionamiento general. El segundo concernió al conjunto de los seres humanos y aconteció a lo largo de una época muy dilatada, en tiempos y lugares variados, cuando el género homo comenzó a superpoblar hábitats y algunos grupos tuvieron que emigrar a tierras nuevas porque no había alimento para todos. El tercero ocurre todos los días, y atañe a cada criatura que nace.

El denominador común de los tres acontecimientos es que la dirección que en esos momentos tomaron la vida, la humanidad y el individuo no fue libre ni al azar, sino una reacción adaptativa obligada ante circunstancias que no permitieron más opciones. Si no hubiesen concurrido esas circunstancias precisas o hubiesen sido distintas, la derrota seguida por las tres instancias habría sido diferente.

Haciendo la comparación que da lugar al título de esta presentación –Las cuatro estrellas−, es como si en los tres casos hubiese habido una estrella del firmamento −como la Estrella Polar, la Cruz del Sur o nuestro Sol−, que hubiese marcado férreamente la dirección precisa que la vida, la humanidad y cada persona tomaron.

Tres Estrellas, pues, que nos han dirigido y siguen haciéndolo sin dejarnos opciones. En el curso examinamos las direcciones seguidas, analizamos sus razones de construcción, su funcionamiento y su significado en la historia y nos preguntamos, de forma muy atrevida, si no va siendo ya hora de ampliar las posibilidades de la vida, de la humanidad y del individuo más allá de esos senderos. Cuando se tomaron, ninguno de los tres tuvo capacidad de decisión: hoy sí la tenemos, tenemos todo lo preciso para cambiar el rumbo de todo y de nuestra vida particular. Es necesario ver si nos conviene, con qué medios contamos y cómo se hace.

La Estrella Polar que guió la formación del carácter de la vida

Las circunstancias que, como una Estrella Polar cósmica, impusieron a la vida las adaptaciones necesarias para estabilizarse y mantenerse fueron las condiciones físicas específicas de la Tierra primigenia. La vida podría haber adoptado cualquier estructura de funcionamiento en una Tierra apta para ella y que dispusiese de recursos inagotables. Pero este planeta no es así, no es muy apto para la vida, y eso le impuso a ésta unas condiciones salvajes.

En primer lugar, la vida tuvo que pelear para estabilizarse en un entorno hostil que la destruye más pronto o más tarde: la Tierra no es un planeta apto para la vida continuada, y todo lo vivo está sujeto a la destrucción, a la muerte individual. En otras condiciones la vida podría ser seguida, pero en las de este planeta no lo es: vivir nos mata, literalmente. La forma de adaptación a esta circunstancia fue la reproducción: los seres que están vivos en cada momento, mueren, pero la vida, esa fuerza indiferente que nos mantiene en pie durante un tiempo limitado, perdura a base de que cada individuo produzca nuevos individuos antes de su propio acabamiento, individuos que también se acabarán, pero que mantendrán operante a la vida misma. Cada individuo no permanente recibe un legado informativo de sus predecesores y antes de morir lo pasa a sus descendientes.

Así es como se ha mantenido todo desde el comienzo hasta hoy, en el entorno medianamente apto del planeta Tierra.

[[[En otros lugares habitados –si los hay− la vida puede haber adoptado otras configuraciones, aunque es poco probable porque las condiciones del universo parecen ser las mismas en todos sus rincones. Las únicas diferencias podrían estar en el momento en que la vida comience: en algunos lugares puede haber comenzado mil, dos mil o más Ma antes que en la Tierra, y en otros puede estar comenzando en estos momentos. A estos últimos les sacaríamos 4.000 Ma de evolución. Pero los primeros nos sacarían una ventaja inimaginable en evolución, teniendo en cuenta que desde el comienzo del género homo hasta nosotros tan sólo han pasado 2,8 Ma. Si algo así hubiese y mantuviesen algún tipo de contacto con nosotros, ellos serían los representantes más convincentes de eso que llamamos dioses, ángeles, arcángeles, guías, maestros, profetas, espíritus, enviados, cristos, budas, krishnas, etc.]]]

La segunda condición es que en este planeta no hay alimento para tanta profusión de vida y a ésta no le queda otra que alimentarse de la propia vida: cada ser vivo se especializa en alimentarse de otro u otros seres vivos y al hacerlo les produce un perjuicio o directamente los destruye, en un enfrentamiento en que cada cual intenta desesperadamente comer y no ser comido.

El resultado de la adaptación a ambas condicione es una mecánica que constantemente nos pone en la disyuntiva “o tú o yo”, ante la que el instinto de supervivencia responde invariablemente con lo que llamamos la “Ley del Yo primero”: si tú o yo, entonces, sin dudarlo, yo. Es una ley que funciona sobre la base de una agresividad innata, necesaria para agredir (comer) y defenderse (no ser comido). Una forma de funcionar que utiliza lo que hay (personas, cosas, mundo…) para el mantenimiento y mejora de la vida personal, y al hacerlo lo destruye y convierte la “maravillosa realidad” que aparece en las fotos de la Naturaleza exuberante, en un restaurante macabro en el que no te puedes descuidar porque si lo haces la comida eres tú, tal como dice Félix Rodríguez de la Fuente en el fragmento incluido en el vídeo de la charla entre los minutos 46:49 a 49:00.

La Cruz del Sur que guió la formación del carácter de la humanidad

Cuando los diversos tipos del género Homo comenzaron su andadura por la Tierra, esa forma de funcionamiento de la vida basada en la agresividad (el Yo primero) llevaba casi 4.000 Ma operante, por lo que la humanidad lo adoptó en cuanto las circunstancias lo hicieron indispensable. Pero lo hizo con una característica muy humana; veamos.

Los humanos somos capaces de llevar cada posibilidad a realizaciones inimaginables. Si uno de los primeros homo trazó distraídamente una raya con un palo en la tierra, con el tiempo convertimos eso en la Capilla Sixtina; si marcó un ritmo con palos y gritos, con los milenios lo convertimos en una sinfonía coral de múltiples instrumentos y voces. Y cuando el Yo primero se impuso como una necesidad de supervivencia en los grupos humanos, una humanidad ante la que se tendía la solución fácil de seguir la agresividad innata, como cualquier otro animal, y no tenía capacidad para indagar en otras soluciones a los problemas de espacio vital y supervivencia, con el paso de los años lo convirtió en Estado de Guerra .

Es Estado de Guerra es una amplificación altamente refinada del Yo primero, que ha producido formas tan elaboradas de enfrentamiento como la economía capitalista (la verdadera guerra de todos contra todos, que convierte a los hermanos y compañeros en competidores), la guerra bacteriológica o la guerra fría, armas de un refinamiento cada vez más extremo, y que ha impulsado, como ninguna otra motivación, la investigación y el desarrollo científico. La Guerra es lo que más ha caracterizado nuestra historia, tanto que ha formado parte casi única de los libros de Historia que hemos estudiado. El resultado es que el miedo y la desconfianza se han metido hasta el fondo de las relaciones humanas y plagan las de pareja, sean éstas del tipo que sean.

Esa, la Guerra, es como una Cruz del Sur sideral que ha guiado la formación del carácter de la humanidad. Desde el momento en que se fue haciendo imprescindible para la supervivencia de los grupos, la Guerra precisó de la formación de los complejos que hoy llamamos “Hombre” y “Mujer” −por ese orden y en esa jerarquía−, complejos que no tienen por qué coincidir con los varones y hembras de la especie, aunque históricamente esa coincidencia haya sido obligada. En los tiempos preguerra no hubo ni hombres ni mujeres; después los ha habido a millones. El alumbramiento de ambas realidades forzó la creación de formas de relación entre ellos y hacia el mundo, antes desconocidas: el sexo/carne y el amor/espíritu. Antes de la institucionalización de la Guerra como proveedor preferente de espacio vital y supervivencia, la humanidad no había conocido ninguna de esas realidades que hoy nos traen por el camino de la amargura. En la Guerra y sus productos reside la nefasta vivencia de la sexualidad y su imagen de violencia, la vivencia posesiva del amor, la creación del espíritu como forma de escapar de un sexo/carne que se intuyen sucios, agresivos y peligrosos, la incomprensión de los sexos y la guerra entre ellos.

El Sol que guía la formación de la personalidad individual

El ambiente en que se desenvuelve y al que debe adaptarse cada persona para sobrevivir no es un ambiente directamente mundano, sino un ambiente humano. El neonato desarrolla su carácter por adaptación a la situación y los caracteres de las personas más íntimas que rodean su nacimiento. Se trata de una adaptación reactiva inconsciente, y conforma la estructura de la personalidad que llamamos Ego individual. Se fija férreamente en la primera infancia por el miedo pavoroso a una muerte cierta que experimentamos ante la posibilidad de abandono por parte de las figuras de apego. Para evitarla nos adaptamos a sus exigencias desarrollando el carácter que sentimos que nos va a granjear su mirada, su atención y su cuidado. El miedo permanente a la muerte hace que ese carácter tienda a durar toda la vida y que sea muy difícil de cambiar porque en el fondo más interno de nuestra consciencia estamos segurísimos de que si cambiamos, si dejamos de ser como nos hicimos en la infancia, aquellas figuras de apego de las que dependió entonces nuestra vida nos abandonarán y moriremos, entraremos en un infierno de dolor y nuestra vida se acabará… también en el presente.

A través de las figuras de apego se canalizan, como a través de embudos, cuatro conjuntos de herencias. La primera es la herencia de los caracteres o Egos de los antepasados de las últimas generaciones que, al condicionar la formación de los Egos de esas figuras de apego, pasan a nosotros en mezclas variadas. La segunda es la herencia de la agresividad como forma primaria de enfrentar conflictos. La tercera es el Yo primero. La cuarta es la consideración de la Guerra como la solución a los problemas de espacio vital y supervivencia. Esta última es una consideración práctica, pues mentalmente diremos muchas veces lo contrario, pero en la realidad…

Esas son las herencias humanas que, como un Sol celeste, dirigen la formación de los caracteres individuales, en repetición milenaria de lo mismo y sin aparente salida.

¿Siguen siendo adaptativas esas adaptaciones milenarias?

En sus momentos clave, ni la vida ni la humanidad ni los individuos tuvieron posibilidad de elección y se vieron encaminados, por reacción, por el único sendero que en ese momento se les abría delante. Encerrados en esos derroteros fijados por estrellas que siguen brillando con fuerza en nuestro firmamento, hemos llegado al año 2023 de la era de Jesucristo, 2,8 Ma después del comienzo de nuestro periplo por este mundo.

Pero la evolución de la vida generó, primero, los sistemas nerviosos como formas simples para detectar el ambiente y adaptarse a él. Estos evolucionaron en el proceso de cerebralización, que produjo la consciencia, que en nosotros ha llegado a ser autoconsciencia: capacidad de mirarse la vida a sí misma, de evaluar su ser y su trayectoria y de decidir si son aún convenientes o llevan mal camino y ya no lo son. Con independencia de que entendamos la consciencia y la autoconsciencia como un don divino, espiritual, extraterrestre o como un simple refinamiento de la evolución, lo cierto es que nos permiten tomar decisiones donde antes no pudimos sino seguir la dirección marcada por las tres estrellas.

¿Se puede y se debe cambiar?

La cosa está ya clara en el ámbito individual: sabemos que el Ego formado en la infancia no resulta adaptativo en la vida posterior del individuo, y se van investigando múltiples técnicas psicológicas para salir de esos automatismos fijos y crear un Ego o estructura de personalidad no reactivo, sino libremente decidido y adaptable a las circunstancias cambiantes de la vida.

También está claro que seguir encerrados en las mecánicas de la agresividad, el Yo primero y la Guerra ya no es adaptativo sino peligroso: continuar en la estela de esas estrellas nos está acercando dramáticamente a la destrucción del planeta y de la misma humanidad con él. Muchísimas voces se han alzado en la historia pidiendo un cambio de dirección. Pero, a diferencia del Ego personal, esos cambios no dependen sólo de la acción individual, sino que requieren acuerdos y acciones conjuntas: y precisamente, la ley del Yo primero se opone frontalmente a los acuerdos conjuntos.

Una constelación para guiar la formación de una humanidad humana

Creemos que la época de los movimientos de masas, de las revoluciones sociales, armadas o pacíficas, ha pasado ya. Las grandes masas de gente hacen anónimas a las personas, y las grandes corporaciones, naciones, bloques económicos o estratégicos, los grandes bancos y la economía mundial están perdidos, al parecer sin remedio, en políticas derivadas del Yo primero y que lo alimentan. Por ese lado y por el lado institucional hay, pues, poco que esperar.

Sólo queda la acción individual. Si los individuos trabajan las tres Estrellas que les gobiernan y adoptan como dirección una nueva Estrella, la cosa podría empezar a funcionar. Veamos.

Somos animales gregarios, en lo profundo de nuestra naturaleza habita una fragilidad última que me dice que sin ti me muero, sin vosotros, me quiebro. Necesitamos de los demás y del mundo: no somos sin más, somos-con. Eso está en nuestra naturaleza como el tener manos o ser intuitivos. Sin embargo, nuestra historia se ha escrito con las letras del ser-contra de la ley del Yo primero. Percatarnos de que somos seres gregarios significa preguntarnos: ¿por qué la ley ha de ser siempre o tú o yo?, ¿por qué no intentar el tú Y yo, el Nosotros?

Ese planteamiento nos pone en marcha hacia la humanización ya que pertenecer al género homo no nos hace, sin más, humanos pues nos permite ser inhumanos. La próxima etapa de la humanización sería llegar a vivir todos juntos bien, despejando de la autopista de nuestra evolución las disyuntivas excluyentes y guerreras que nos han traído al punto en que nos encontramos: la frontera entre la animalidad y la humanidad. Frontera en la que nos jugamos un buen vivir frente al mal vivir de nuestra historia, y tal vez la supervivencia.

La dificultad para dar ese salto estriba en que los pasos evolutivos anteriores han estado asegurados por elementos fijos que marcaban un rumbo invariable, como los genes o los instintos, y sin embargo ahora nada nos asegura que vayamos a hacer ese tránsito. Que lo demos o no, depende sólo de nuestra voluntad de darlo, pues con la autoconsciencia la vida ha llegado en nosotros a la libertad frente a determinaciones naturales inalterables. Pero la libertad deja en el aire que el paso se vaya a dar.

Para darlo contamos con la ayuda de una constelación de tres estrellas-guía que nos muestran el camino, pero sin empujarnos por él. Una ha brillado desde siempre en nuestro firmamento; la segunda ha aparecido recientemente, con la llegada del género homo; la tercera ha empezado recientemente a titilar, y va ganando brillo y calor de forma rápida y amedrentadora.

  • La primera es el empuje de esa necesidad gregaria que habita en nosotros. Pero es un empuje demasiado tenue como para sacarnos de los profundos surcos en que nos ha hundido la dirección de las otras estrellas. Nos hace falta un segundo tirón.

  • La segunda estrella es la claridad de visión que nos proporcionan los desarrollos cerebrales propios de nuestra especie, que permiten a la vida llegar en nosotros a la consciencia de sí. Ella nos muestra que en niveles evolutivos anteriores al nuestro, la ley del Yo primero funciona bien: se inflige dolor, pero es inocente, pues no hay consciencia de sí que lo muestre y pueda ofrecer alternativas a un ser que sólo siente su propia necesidad de alimentarse.

    Pero trasladado a nosotros ese patrón de conducta resulta estúpido porque nos condena a la constante pérdida conjunta del vivir-contra, impregnados de miedo y desconfianza hacia aquellos con quienes convivimos.

  • Los tigres no se percatan de ello, pero nosotros sí, y por eso estamos “obligados” por nuestra razón a salir de la estupidez de vida que llevamos. Nosotros nos damos cuenta de la vida, del mundo, de nuestra realidad, de nuestra conveniencia y concluimos que es más inteligente ser humanos que inhumanos, vivir todos juntos bien que vivir en pelea. Hacer lo contrario no es ser malvado, es estar equivocado; y empeñarse en seguir estándolo, es ser tonto. Es nuestra consciencia quien nos muestra que seguir en el Yo primero no es un buen negocio, aunque sea un negocio habitual, una estupidez común. Es el desarrollo intelectivo quien se da a sí mismo la ley. Una ley que tampoco es “ley” sino mera claridad de cuál es nuestra conveniencia: salir del Yo primero y empezar a vivir bien de una vez por todas.

  • Sin embargo, la dificultad extrema de parar y desviar una inercia de milenios pone en duda que seamos capaces de actuar de forma consciente e inteligente. Por eso, y para nuestra desgracia, nos hace falta una tercera estrella en la constelación: la premura de un tiempo que se agota, el haber rebasado ya muchas balizas rojas de alarma, el empezar a sufrir las consecuencias de nuestra estupidez, el haber llegado, al decir de muchos especialistas, más allá del punto de no retorno. Esta estrella puede crecer hasta devorarnos, pero parece ser que la necesitamos para ponernos en marcha.

Mirando nuestra historia descubrimos que la esperanza siempre se ha movido por sendas difíciles y escondidas, entre la el hambre y la desesperación, y ha ido saliendo adelante. ¿Por qué ahora no habría de ser también así? Quizás no lo sea y estemos próximos al final de nuestra especie tal como la conocemos… pero tal vez sí, y en eso es en lo que hay que empeñar la esperanza.

¿Qué hacer, cómo seguir la estela de las nuevas estrellas?

Los pasos generales que proponemos para dar ese salto de la animalidad a la humanidad son los cuatro siguientes:

(1) Debemos comenzar por un proceso que ponga ante nuestros ojos nuestro Ego personal. Dado que éste nos dirige desde el inconsciente, necesitamos la ayuda de una terapia psicológica pues es como si lo tuviésemos alojado en la nuca: cuando nos volvemos para verlo gira con nosotros y sigue oculto.

(2) Ya que la puerta de entrada a la sustitución del ser-con por el ser-contra fue seguir el sendero de nuestra agresividad innata, la puerta de salida ha de ser un trabajo profundo y específico sobre la agresividad.

(3) La agresividad ha refinado sus formas para rellenar las necesidades de una humanidad que vive alerta ante unos otros que son, como mínimo, competidores potenciales. En el campo de las relaciones personales la agresividad ha tomado la forma de violencia en el sexo y de posesividad en las relaciones y en el amor,

  • por eso la propiedad privada es el derecho que más ha calado y más inatacable resulta en cualquier persona y sociedad,

  • de manera que en las expresiones “mi pareja, mi marido, mi mujer, mi hijo, mi amigo, mi juguete”, “mi casa”, etc., es siempre más definitivo el “mi” que la realidad que le sigue;

  • y la infidelidad es el pecado que no se perdona, pues es un atentado directo contra la sacrosanta propiedad privada.

(4) Por eso, como último paso, la terapia ha der ser, a la vez, sexológica, para aprender a dejar de ser hombres/sexo/carne y mujeres/amor/espíritu y poder relacionarnos como tú y yo. A partir de ahí el camino transcurrirá por la recreación de ese ser-con, al que nosotros damos el nombre de intimidad.

En cuanto a las situaciones sanadoras en que podemos involucrarnos, creemos que a la pareja consciente de vida se le puede dar una dimensión evolutiva que la convierta en una buena escuela para:

  • revisar el Ego personal, pues la vida en pareja nos confronta con nosotros mismos hasta lo más íntimo, hasta la cocina de nuestro Ego;

  • revisar en primera persona y primer plano cómo nos condiciona el “si o tú o yo, yo” y dar pasos efectivos hacia el “tú y yo” en una situación ideal: con alguien a quien queremos y nos quiere;

  • revisar nuestras supuestas masculinidad y feminidad, nuestros ideales sexuales y amatorios y nuestras tendencias hacia la carne y el espíritu en un campo de trabajo a propósito para ello, estemos en el tipo de relación en que estemos;

  • encaminar el sendero de la humanización profundizando en una intimidad que desbanque como antiguallas de la evolución a los hombres, las mujeres y sus relaciones sexuales y amatorias, y progresando en humanidad transitando con paso firme las estancias consecutivas de intimidad que nos acercan al ser-con, a nuestro ser gregario.