Este proyecto nace en una circunstancia impensable desde los propósitos propagados al final de la Segunda Guerra Mundial; nace cuando un nuevo fantasma recorre Europa, el fantasma de una guerra entre los países más “civilizados” del mundo, con una amenaza no despreciable de convertirse en la Tercera guerra mundial. Que eso esté sucediendo significa que algo estamos haciendo mal. Buscando culpables miramos hacia arriba, a los líderes políticos, a sus psicopatías e inacciones, a las grandes corporaciones, a las multinacionales, a los obscenos intereses económicos que todo lo manejan y para los cuales la guerra es un gran negocio… y nos preguntamos por qué no nos lanzamos a la calle “como un solo hombre” a parar lo que esas instancias no saben o no quieren detener; somos más, incontablemente más, no nos costaría nada establecer un nuevo orden mundial, etc.
Pero no van así las cosas. Primero, no es tanta la gente dispuesta a jugársela en un levantamiento porque quienquiera que tenga unos ahorrillos en el Banco, tiene intereses económicos que conservar y, a poder ser, aumentar −sin preguntar de dónde vienen las ganancias−. Los intereses, la inercia, la comodidad, la falta de un pensamiento global que haya integrado al otro en mí, etc. nos permiten mirar a otro lado y vivir cómodamente en un mundo desangrado por horrores a pocos centímetros de mapa de donde residimos. No somos suficientemente humanos, el Yo primero sigue siendo nuestra ley, y esa psicopatía humana nos hace elegir, con grandes celebraciones, psicópatas para gobernarnos, aunque tengan cerebro de mosquito o humanidad de protón.
Segundo, en cuanto a las corporaciones y demás entidades con ánimo de lucro, podríamos buscar con un candil por el ágora pública, como hizo aquel lejano Diógenes, alguien que no anhelase participar abundantemente de sus inmensas riquezas, sin preguntar tampoco de dónde vienen. Encontraríamos poca gente; en todo caso no la suficiente como para salir a la calle y, por la mera fuerza del número, darle la vuelta a la tortilla e instaurar ese nuevo orden mundial que, por cierto –y esto es lo tercero−, nadie tiene aún perfilado; las controversias internas al respecto en el bando revolucionario bastarían por sí solas para dar al traste con la revolución. Sería, por enésima vez, empezar la casa por el tejado.
Tal vez la época de los grandes movimientos utópicos de masas haya pasado ya: los ricos tienen mucho que perder en cualquier desequilibrio y los pobres del mundo sólo desean ser ricos. La mística de la pobreza –el buen pobre− y de las clases desposeídas –el buen obrero− hace aguas: en la miseria sólo hay miseria y necesidad de salir de ella al precio que sea; y si el precio lo paga otro, mejor que mejor.
Es hora, pues, de afinar la puntería y dirigir las acciones a donde hay que dirigirlas, a lo que ha faltado en la historia, a lo primordial, a la conditio sine qua non del futuro: a hacernos seres humanos, verdaderamente humanos. Ese es el punto. Podemos mejorar las leyes, cambiar el sistema económico, extender la educación hasta que todo el mundo tenga dos o diez Doctorados… podemos cavilar lo que sea pero sólo serán parches que retrasen la constatación de que, mientras estemos bajo el dominio del Yo primero, no hay salida. Ya no se puede confiar en las acciones oficiales (ONU, diplomacia, Unión Europea, políticos de países democráticos, democracias reales…); las acciones externas que sobre el papel son valiosas llegan desgastadas y raquíticas a la realidad tras haber tenido que contemporizar con los inmensos poderes que se le oponen.
En ese panorama proponer dar pasos adelante en lo interno, en la humanidad, parece pobre al lado de tanto bombo, platillo, coche oficial y reuniones al más alto nivel. Y, además, no garantiza nada. Pero es hoy día –es nuestra hipótesis− la clave para la esperanza. Es una necesidad urgente que, si no se da, todo va a ir a peor, acelerando el paso a medida que la aldea se va haciendo más y más global.
Cierto que, visto lo visto, se trata de una acción a la desesperada; pero igualmente cierto es que ella misma tiene la facultad de crear esperanza, de ser la esperanza por la que trabajar. Qué saldrá de esa hipótesis, no lo sabemos; lo único que sí sabemos –que es lo único que nos importa− es dónde estamos, qué queremos y qué vamos a hacer.
Esa es la dirección concreta de nuestra actividad: promover el proceso de humanización a base de ampliar terapéuticamente la consciencia sobre nuestras personalidades reactivas egocéntricas y sexualmente condicionadas, con el objetivo del crecimiento individual en humanidad (Uno), la integración del otro en mí (Dos) y el alumbramiento de un planeta vivible (Nosotros-Todos). Con ese objetivo pensamos, escribimos, hablamos, damos cursos y conferencias, hacemos terapia individual, de pareja y de grupo… todo ello utilizando la racionalidad de la Psicología, de la Filosofía, de la Sexología y de la Antropología, y sin cortarnos ante la magia y las disciplinas espirituales.
Creemos que, acabado el tiempo de los movimientos revolucionarios de masas trajinadas por líderes y azuzadas por la desesperación, la acción bien atinada desde abajo, desde la estructura de personalidad de cada individuo, es el futuro o, al menos, la esperanza. Una acción que no depende de líderes inciertos, sino de ti y de mí, de la gente corriente, ésa que siente que tiene las manos atadas porque su cuota de poder es cero. Cuando el desencanto con la Magia y los Dioses hizo que pasase su tiempo, arribó el Tiempo del Hombre (casi literalmente): políticos, militares, magnates, ideólogos, intelectuales, presidentes, economistas, expertos, científicos, líderes espirituales, sacerdotes… y el desencanto está siendo, también, mayúsculo. Ha llegado la hora de acabar con todo tipo de direcciones (dioses o amos que sí saben) y de que la gente corriente tome las riendas de su destino desde abajo, desde salir del cauce profundo e ignoto de su personalidad egocéntrica y miedosa que nos empuja a creer que necesitamos líderes, para hacerse a sí misma como Unos construidos en reciprocidad y consenso con Otros (Dos-Nosotros), que alumbran un Todos que, a la vez, los hace evolucionar.