Bruma es el nombre que hemos escogido para nuestro proyecto. No es porque pensemos que cuando se levanten las nieblas de la inconsciencia se verá el camino que hay que hacer, no. Los humanos no tenemos camino trazado (es el precio –y la suerte− de la racionalidad y la libertad): hacer la vida es crear la vida. ¿Recordáis a Serrat cantando aquello de “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”? Pues eso, literalmente.
Nos llamamos Bruma porque hace falta ser Brujas y Magos (Bru-Ma) para llevar a cabo la tarea que nuestra especie tiene por delante: sacar conejos vivos de una chistera vacía. La chistera son la violencia del “o tú o yo… luego yo primero” que heredamos como fórmula de la vida en este planeta, y el egocentrismo en que anida. Desde ese vacío tenemos que sacar, con toda la brujería y magia a nuestro alcance, el conejo vivo de una vida más humana. No sabemos en qué consiste eso y sólo acertamos a identificarlo de manera negativa: sabemos qué es inhumano pero no tenemos muy claro qué sea humano; no hay instintos, genes ni autoridades fiables que nos faciliten la labor y, para colmo, no recibimos la humanidad por nacimiento: nacer de dos personas nos asegura la vida, no la humanidad.
Habitar en el Yo primero no nos hace animales, nos hace inhumanos. “Inhumano” es un concepto que no se encuentra antes en la escala evolutiva: no hay nada que pueda calificarse de “inanimal” ni “inmineral” ni tampoco “invegetal”. Pero un ser humano sí puede ser inhumano: lo es cuando se elige a sí mismo con consciencia del perjuicio al otro. Vivir en esa prehumanidad ha escrito nuestra historia, que puede resumirse en defenderse y atacar en un necio e improductivo enfrentamiento de todos contra todos para aprovecharse todo lo posible de los demás.
Al tirón bestial del Yo primero sólo se le opone la fuerza mínima de una vocecita escondida que nos repite ¿por qué no los dos?; no tiene por qué ser sólo “o él o yo”, también puede ser “los dos”. Es una cantinela tierna, sin volumen pero persistente a través de las edades: −¿por qué no… por qué no… por qué no…? Hasta el momento no ha tenido mucho éxito, y a pesar de nuestros miles de años de existencia aún no nos hemos constituido, ni aproximadamente, en un Nosotros / Todos. Y lograrlo parece, más con cada nueva noticia del Telediario, un milagro, una empresa no apta para seres corrientes, sino reservada a seres extraordinarios, a Brujas y a Magos.
Brujas y Magos, pues, que os vais a adentrar por las pantallas y entresijos de esta propuesta que está ante vuestros ojos: el centro de gravedad del buque que nos transporta es esa herencia animal. Pero tenemos en las manos un instrumento que la historia no ha utilizado con anterioridad de forma sistemática: el trabajo terapéutico sobre la estructura de la personalidad individual, sesgada por los ideales de los Sexos, que es donde esa herencia prehumana echa raíces y se aferra.
El cruce de la Psicología científica y otros conocimientos que Occidente ha desarrollado, con las tradiciones de pueblos que siguen otras vías nos permite afrontar con ciertas garantías el trabajo directo sobre esas sólidas y resistentes estructuras. Cualquier revolución o movimiento que no parta de una revisión consciente de las personalidades implicadas acabará derivando –como así ha sucedido siempre− en la sustitución de unos amos por otros, en una cansina clonación repetida, aunque disimulada, del “Yo primero”. La única revolución que vemos efectiva es la que empieza desde dentro de cada persona, desde sus cimientos, para edificar sobre ellos algo que no se tambalee y cuyos pasos sean seguros.
Ese es el sentido que podemos dar a la globalidad de la vida. Trabajar nuestros Yoes, la estructura de nuestra personalidad como individuos y como Hombres y Mujeres, es salir del Yo primero hacia el Todos, implicándonos en el decurso vital de lo humano, haciéndolo avanzar de la animalidad hacia la humanidad. Cada vez que me enfrento al perro de lo inhumano, que me sigue mordiendo hasta la desesperación, es la humanidad entera la que se enfrenta a lo que tira de ella hacia la inhumanidad, sobre la alfombra mágica de mi trabajo personal.