I. LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD

El medio en que se desenvuelven nuestros primeros años de vida resulta de la sinergia entre la herencia prehumana común, la herencia antropológica y social, la herencia psicogenética individual y los condicionantes ambientales de la primera infancia. La personalidad individual se forma como una cadena de meras reacciones de adaptación a ese medio, que quedan fijadas por emociones primordiales como el miedo a la muerte, excavando un cauce profundo muy marcado que se transita de forma inconsciente, repetida y automática.

Una vez establecida se crea una tensión entre ella (lo que somos) y lo que podríamos ser, entre cómo estamos y cómo podríamos encontrarnos, tensión que se manifiesta en miedos, ansiedades, complejos, inseguridades, vergüenzas, angustias, rabias, intolerancias, depresiones, odios, etc. Esa tensión es –contra lo que parece− una buena noticia pues fuerza a revisar la adecuación de nuestro cauce y eso abre la puerta a la evolución. Ésta va de la mano de una terapia multidisciplinar que afronte tres ámbitos: 1) la formación de una personalidad individual consciente y autónoma, 2) las identidades sexuales (Hombre-Mujer), sus formas de relación históricamente pautadas (Amor-Sexo) y los efectos que esas construcciones han tenido en la organización de nuestras vidas, y 3) el desarrollo de lo propiamente humano desde los condicionamientos de nuestro pasado animal.

  • El camino de la evolución no es sencillo ya que la estructura de la personalidad es muy sistemática, tenaz, compleja y sus enganches emocionales son férreos, por lo que precisa de procedimientos de psicoingeniería también refinados, sistemáticos y complejos que bajen hasta sus basamentos y conciernan todas sus dimensiones. Eso cae fuera del alcance de las buenas intenciones y rectos propósitos, de los consejos de los amigos, de la comprensión racional (pues supone reflotar niveles que se hurtan a su capacidad de ver), de la “magia” (uso de drogas psicotrópicas, efectos de diversos esoterismos…, que a menudo obvian la necesidad de la implicación activa de la persona en el proceso) y de las disciplinas llamadas espirituales (meditación, oración, sacrificio…, que, mayormente, funcionan como muros de contención). El mejor sistema de que hoy disponemos es una terapia multidisciplinar reglada, exenta de prejuicios, que ponga lo racional (Psicología Científica, Filosofía, Sexología, Antropología, Teoría de campos, nutrición, ejercicio, análisis, comprensión, lecturas…) en productiva sinergia con la magia (terapias asistidas, Tarot psicológico, Terapia transgeneracional, Eneagrama…) y las disciplinas espirituales (meditación, relajación, Yoga…).

    El proceso terapéutico conlleva una trabajosa, dolorosa y luminosa ampliación de la consciencia, que desvela que mi forma de ser no es la natural ni la buena, sino sólo la mía, qué debo variar si quiero estar mejor y cómo hacerlo. Mediante él se sueltan los enganches emocionales, se desautomatizan las reacciones inconscientes y se sustituyen por decisiones libres adaptadas a las circunstancias cambiantes de la vida. Esa es la forma de alumbrar un buen Uno, una personalidad individual libre de su antiguo Yo inconsciente, capaz de tomar las riendas de su vida y responder de sí.

  • Ni el grupo “Hombre-Mujer” ni sus pautas relacionales “Amor-Sexo” designan realidades existentes de por sí; su realidad es sólo mental, histórica y social. En ellos se materializan normas e ideales de vida que nacieron a resultas de la respuesta que lejanos antepasados nuestros acertaron a dar a ciertos acontecimientos que, desde entonces, han afectado a toda la humanidad. Su construcción es reciprocante y, por tanto, polar, lo que los hace incompatibles. Se expresan en menús desplegables de deberes a la vez exigibles e incumplibles en los que o se mata o se muere. Esa polarización se encuentra en la base de las personalidades individuales y ha dibujado el panorama de la historia hasta hoy, malogrando los intentos de trabajo terapéutico que no la han tenido en cuenta.

    Sobrevivir en la disyuntiva de matar o morir en las relaciones nos ha supuesto acostumbrarnos a que la atracción entre los polos comience maravillosamente pero discurra habitualmente mal. Nos preocupan muchos problemas pero asistimos impávidos a la debacle generalizada de las relaciones, a las cotas de sufrimiento incuantificables que eso conlleva, a la guerra de los sexos, a la incomprensión entre ellos, al goteo de la confianza y la generosidad en las parejas… y, sobre todo, a no encontrar en el otro lo que nos extasió de él y nos movió a emprender un camino conjunto entre albricias y beneplácitos, camino en que el otro comienza siendo un anhelo y demasiadas veces acaba siendo un extraño, cuando no un enemigo. En ese panorama la convivencia pacífica se paga con la decepción absoluta de las vastas ilusiones de Amor y Sexo que cada nueva generación debe asumir, en un deprimido y deprimente ¡así es la vida! Está claro que necesitamos un replanteamiento y una terapia multidisciplinar de los sexos y sus relaciones más que el comer.

  • En la naturaleza todo ser vivo es alimento de otro que, al alimentarse de él, lo destruye; en la disyuntiva “o tú o yo”, la decisión está siempre tomada: “Yo, Yo primero” (en circunstancias, abarca también a “los míos”): es el instinto de supervivencia. El círculo de la vida natural se mantiene sobre ese patrón; hay violencia y muerte pero no son culpables porque no hay consciencia de sí que muestre nada más allá de la propia necesidad de alimentarse. Ese funcionamiento forma parte de nuestra herencia prehumana y se encuentra en pelea con otras dos valencias que también nos habitan: la racionalidad y la moralidad.

    La racionalidad. Nuestra razón nos muestra que en sinergia (personas, animales, cosas) se vive mejor que en lucha universal y continuada de Yoes egocéntricos que se buscan a sí mismos por encima de todo. También nos damos cuenta de que el miedo y la desconfianza generados por esa dinámica animal condenan la vida social a una constante y estúpida pérdida conjunta. Por eso nos vemos “obligados” por nuestra razón a salir de ese patrón. No nos lo imponen los dioses ni los genes ni los instintos ni código moral alguno sino nuestro propio percatarnos de la vida, del mundo, de nuestra realidad y de nuestra conveniencia. Nos lo impone con el mismo tipo de “obligación” que nos impone no exponer la lengua a un roedor hambriento. Comprendemos que seguir en el Yo primero no es un buen negocio, aunque sea un negocio habitual. Si los pumas duran diez siglos más seguirán matando gacelas, pero para nosotros sería imbécil seguir haciendo lo mismo dentro de mil años… incluso dentro de uno.

    La moralidad o valencia moral consiste en que, sin haberlo decidido ni poder evitarlo, los pensamientos y acciones propios y ajenos nos parecen bien o mal, morales o inmorales (con independencia del código que usemos para esa lectura). Eso quiere decir que lo otro (personas, animales, cosas) tiene presencia propia en la consciencia humana y reclama ser visto como alguien con quien se es y se empatiza en positivo o negativo, no como algo, no como objeto del que meramente servirse. Esa valencia da a entender que el ser humano es gregario, es “ser + con”, y que en esa característica reside buena parte de lo que significa ser humano. La consciencia de ser + con abre la posibilidad a una fórmula de vida distinta de la animal, consistente en desarticular la necesidad de la disyuntiva “o tú o yo” y rearmarla en un “tú y yo”, integrar lo otro en mí, enfocar la vida no más desde el Yo sino desde el Nosotros / Todos. En ese paso están las líneas maestras del paso de la animalidad a la humanidad.

    Ese paso no está asegurado por ninguna herencia, gen o instinto de los que guían a los animales; en nuestra especie todo son posibilidades y la elección del camino depende de nuestra consciencia, valor moral y voluntad libre. Podemos elegir caminarlo y podemos elegir no hacerlo. De hecho la historia ha elegido mayormente no hacerlo. Evolucionar es un trabajo que otros seres vivos no tienen que tomarse; los humanos, en cambio, tenemos que pelear muchas batallas terapéuticas para conseguir salir del egocentrismo animal.

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Posición teórica II